Tomando como base el análisis teórico y reflexiones que realiza Xavier Vargas Beal, la respuesta es no, ya que el aprendizaje es una realidad existencial humana que permite al ser humano su transformación. Desafortunadamente la trivialidad radica cuando en el quehacer educativo solo se hace énfasis en los contenidos y el proceso enseñanza-aprendizaje y no se toma en cuenta la identidad personal y el proceso de transformación del sujeto.
La investigación realizada por el autor nos demuestra que a lo largo de la historia diversas concepciones teóricas han intentado explicar el complejo proceso de aprendizaje y por ende han sido la base curricular de la educación, de todas ellas realiza una reflexión profunda que le permite exponer que el aprendizaje no se reduce a almacenar datos.
El aprendizaje con “h” es un acto mental de apropiación activa del conocimiento, que requiere de un enfoque constructivista. Porque dicha apropiación de la realidad y el mundo que nos rodea, el sujeto la reconstruye él mismo.
Dicho aprendizaje es significativo porque el ser humano aprehende aquello que percibe como necesario para el desarrollo de sí mismo, es decir comprende la realidad que le rodea y le permite transformarla. Tomando en cuenta que el contenido nuevo se incorpora al previo y sirve para entender, explicar e intervenir en esa realidad.
El aprendizaje situado en un espacio problemático tiene que ubicarse en el interés personal del estudiante es decir, cuestiones que pueden llamar su atención afectiva, y por tanto motivarlo. Pero también se tiene que situar al conocimiento que habrá de construir, es decir, la zona de desarrollo próximo del estudiante. De hecho el desarrollo de las competencias esta referido a satisfacer necesidades, atender situaciones, resolver problemas, tomar dicisiones y lograr objetivos.
Lo anterior permite concluir que el proceso de formación en el quehacer educativo tiene la responsabilidad de ser un proceso de humanzación y no reducirse a responder a las demandas meramente productivas de la sociedad. De allí estriba la diferencia entre ser competente y ser competidor.